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20 oct 2009

Miniestados de Desastre


¿Quién no soñó alguna vez con una isla desierta, en el trópico, bajo las palmeras? Pero cuidado, porque algunos de esos paraísos se han convertido en un infierno.



Había una vez un país de ensueño, de 21 km2 y menos de 10.000 habitantes felices con los millonarios ingresos por su condición de "paraíso fiscal" y la explotación intensiva del fosfato. Pues bien, desde marzo pasado no se sabe nada de la República de Nauru, situada en el trópico, en medio del Pacífico, a miles de kilómetros del ruido mundano. Hasta 1990, Nauru era el país más pequeño y rico del mundo con un ingreso pér cápita de 7.700 dólares anuales. Pero todo se acabó con el fin de las minas de fosfato. Por la explotación intensiva de ese mineral que se usa como fertilizante, Nauru recibió millonarias indemnizaciones de parte de Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido. Esos recursos se han esfumado. Quizá porque desde el paraíso fiscal instalado en Nauru (400 bancos con una misma casilla de correos) los fondos volaron a otros paraísos. El paraíso fiscal de Naurú sufrió un duro golpe en el año 2000, a raíz de que el Grupo de los Siete (países más desarrollados) exigió que le ponga fin al "lavado" de dinero de la mafia rusa.  Lo último que se sabe de Naurú es su bancarrota. Que su población carece de alimentos por la imposibilidad de importarlos, como hacía en la época de bonanza, y que no hay forma de comunicarse con el pequeño estado. No hay servicio telefónico ni de transporte hacia la isla (el único avión, que pertenecía al Estado, fue incautado por los acreedores).
Nauru se ha convertido en un infierno al que nadie se atreve a ir aunque sea para ver qué ha pasado.


Por la prensa de Australia, se sabe además que tiene un nuevo presidente, Ludwig Scotty, el sucesor de Bernard Dowiyogo, quien murió en marzo pasado, a poco de asumir la jefatura del miniestado por séptima vez. A pesar de su exiguo tamaño,  Nauru está dividido en 14 distritos, su pico más alto mide apenas 70 metros y la superficie fértil es una exigua franja costera de 150 metros. En medio, quedó un enorme socavón donde durante décadas se extrajo el fosfato con el que se había hecho rico. Desde septiembre de 2001 hasta el año pasado,  Nauru recibió tres barcos cargados de refugiados asiáticos enviados por Australia, que le pagó 20 millones de dólares  para sacarse ese problema de encima. Parece que tampoco alcanzó. Pero el destino final de Nauru no se juega bajo el ardiente sol de su clima ecuatorial, sino en la lejana Antártida, donde cada desprendimiento de icebergs gigantes resuena amenazante. Un informe de las Naciones Unidas sostiene que si el recalentamiento de la Tierra continúa derritiendo los casquetes polares,  Nauru será el primero en desaparecer tragado por el mar.
En la misma situación está Kiribati, otro archipiélago del Pacífico, de 811 km2 de extensión, sin ferrocarriles pero con 21 aeropuertos para saltar de isla en isla.
Kiribati tenía una característica especial: estaba dividido por la línea internacional del tiempo, de manera que parte del país quedaba un día desfasado respecto del resto. El problema se solucionó por medio de una ley que en 1996 desvió al meridiano que separa un día de otro hacia el este en el segmento que corresponde a Kiribati.  De paso, este miniestado se hace el agosto con el turismo  "jet set" y excéntrico:  fue el "primer país" en recibir el nuevo milenio y el primero en ver el comienzo de cada Año Nuevo.
Los problemas de San Cristóbal y Nevis, ex colonia británica de 269 km2 situada en el Caribe, son muy diferentes. La isla volcánica de San Cristóbal, de sólo ocho kilómetros de ancho máximo, tiene un pico de más de mil metros: el monte Miseria. Curioso nombre para el hito de un país que a todas luces parece inviable. Todavía no se ha recuperado de los estragos de huracán George, que en 1998 dañó el 80 por ciento de los hogares cristobalinos. Para colmo,  la isla de Nevis pelea por la secesión. La falta de recursos obligó a este miniestado a asociarse con otros países pequeños del Caribe para hacer una "vaquita" e instalar una embajada en Bruselas que se ocupe del comercio con la comunidad europea.
Por supuesto que los miniestados luchan contra el delito internacional. Pero por su debilidad intrínseca y por el gran crecimiento de los negocios turbios, esa lucha está condenada al fracaso. Testimonio de esta lucha desigual es la república africana de Seychelles, de 465 km2, situada en el Pacífico. Vivía de la pesca y del cultivo de la canela. No alcanzó. Infiltrada por el delito y acuciada por las necesidades, Seychelles aprobó en 1995 una ley que asegura la inmunidad contra delitos penales y extradiciones... a todo aquel que invierta más de 10 millones de dólares en alguna de las 100 islas e islotes del desolado archipiélago.

(Publicado en 2003, ya ni me acuerdo dónde!!!. Novedades sobre estos asuntos búsquenlas en Google Noticias)

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